viernes, 2 de marzo de 2007

Elsa



A Elsa Gutiérrez ya no le importaba ser bella. A los 76 años, ya no le importaba tener la piel tersa como las de las revistas modernas. Ya ni siquiera importaba leerlas. La vida tenía ahora otro propósito. Consistía en que la espalda no le doliera al tener que comenzar a barrer las 6 cuadras de la manzana. En no volcarse el té de tilo encima, por tener temblores que hacía que su taza se le resbale a la hora de llevársela a la boca. En la lejana, pero indiscutidamente hermosa esperanza, de que de le llegara alguna noticia de algún amigo, de algún familiar que un día recordó de la existencia de aquella anciana.
En aquél pueblo abundaban los jóvenes, de entre 20 y 30 años. Solían vivir varias familias en un mismo apartamento. Vivían de fiesta, volvían borrachos y dejaban las cuadras sucias y desordenadas. Claro que a nadie le importaba qué pasaría con la basura. Nadie se preguntaba acaso quién barría y baldeaba las calles. Sólo se preocupaban por subsistir con algún sueldo mediocre, y luego gastarlo todo para comprarse ropa lujosa, acudir a los bares de moda y ligarse alguna pareja con la que pasarían la noche. Aquél era el modelo de vida de la época.

Exacto,a nadie le importaba nada, y ya nada le importaba tampoco a Elsa.
En sus años dorados Elsa había sido una gran actriz y vedette. Solía vestir corsets que le apretaban tanto las costillas que pasaba la noche sufriendo., pero el sufrimiento no le importaba, porque la cegaban los flashes, el sentimiento de éxito y de poder. Los hombres la deseaban y las mujeres la envidiaban. No había otro sentimiento mejor que ése. Sin embargo, sólo fue años más tarde, cuando le diagnosticaron cáncer de esófago, cuando descubrió que amigos verdaderos en realidad no tenía, y que todos aquellos años no habían servido de nada, ya que había quedado absolutamente sola.

Usaba siempre altos tacos que años mas tarde le ocasionaron artritis y problemas en las rodillas. Se maquillaba todos los días. Todo para ser la envidia de todas las amas de casa que la veían con los máximos galanes de la televisión del mediodía.
Pero claro, a nadie ya no le importaba nada. Y a Elsa tampoco.


Ese día se sentía más pesado que de costumbre. La humedad provocaba en el día un calor de los mil infiernos. Las rodillas le dolían más que de costumbre así que tenía que sentarse cada cinco minutos, si no quería caerse y romperse algo. Las veredas estaban mal barridas, no tenía fuerzas para baldear, y menos para sacar la basura. Ese fue uno de esos días en los que a Elsa recordó el olvido de cuál era su verdadera razón para vivir.

Santiago, el encargado de llevarle las quejas a Elsa, golpeó su puerta para quejarse de las bolsas de basura que la anciana había tenido que tirar, pero que seguían junto a su puerta. Golpeó una vez más pero no hubo respuesta.
Entró gritando su nombre, cada vez con más furia, pero no la encontró. Había ropa tirada en el suelo, y cajas con papeles, portarretratos y figuras de porcelana. Un verdadero desorden. Aquella anciana se ocupaba tanto de limpiar el pueblo, que no tenía tiempo para ocuparse de su propio hogar.
De repente, hoyó un golpe seco proveniente del único cuarto en el que se había olvidado de buscar. Abrió la puerta suavemente, y quedó estupefacto ante su visión.
Aquella anciana estaba tirada en el suelo con el teléfono en la mano. Sus ojos estaban abiertos como platos, y su cuerpo estaba rígido. Se acercó corriendo, por instinto y le tomó el pulso. "Un paro cardíaco", fue la primera cosa en que pensó. Claro que en realidad sus conocimientos sobre el cuerpo humano le eran limitados, pero un paro cardíaco era lo único que conocía que podía ocasionar la muerte. Puso la oreja sobre el pecho de Elsa, sin embargo no podía concentrarse. Se encontraba en tal estado de shock, que no percibió que una voz tierna e infantil, proveniente del tubo, repetía las mismas palabras hace unos minutos:


-"Abuela! Abuela! Estás ahi? Abuela?"


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué triste tiene que ser morir solo, sin una mirada que te acompañe, unos ojos en los que reflejarte por última vez, muy triste.
Encantador relato.
Besos

Adrián Solís Rojas dijo...

La primera frase destroza, buenísimo.

Parece el destino de alguna percanta arrabalera de algún tango. Genial, señorita, genial.

PD: a lo mejor te gusta esto,
http://entusbrazos.fr/

Amorexia. dijo...

Ja que bueno! como me gusta la imagen que usaste y las imagenes que creaste, creo que mi abuela fue así, es una figura casi invisible, que desaparece de la tierra como vivieron, como fantasmas. Te felicito, esta muy, muy bueno! Aapago la luz al salir.

Unknown dijo...

muy buena tu narración...me sentí en mi pueblo natal observando a aquella senil qué, cuando viví allá, nunca percibí…
saludos